ESAC celebra el final de la misión Rosetta
“Bien hecho, Rosetta; bien hecho, Philae”. Con estas palabras, Jan Wörner, director general de la ESA, despedía la misión de la agencia que ha estado dos años orbitando y estudiando el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko.
Después del paso por el perihelio (el punto más próximo al Sol de su órbita) en agosto, Rosetta cada vez se alejaba más del Sol, perdiendo potencia y haciendo más difícil también su comunicación con la Tierra, por lo que se optó por terminar su misión precipitándola sobre la superficie del cometa, aprovechando para realizar unas últimas mediciones a una distancia sin precedentes hasta ahora.
Miguel Pérez Ayúcar, coordinador del grupo de Operaciones Científicas y Planificación en ESAC, explicó que esa última parte de la vida de Rosetta, el aterrizaje sobre Churyumov-Gerasimenko, se realizó a una velocidad de 0'9 m/s, similar a la de una persona caminando, y al final de un descenso de 13 horas. “Es más interesante científicamente el impacto porque se puede medir muy de cerca la gravedad del cometa y el gas y el polvo que salen de él”, señaló Pérez Ayúcar. Gran parte de los instrumentos de Rosetta siguieron funcionando para obtener datos de temperatura, campo gravitatorio, densidad del gas en las cercanías de la superficie y las condiciones del plasma, y la cámara OSIRIS tomó fotografías de alta resolución. El objetivo del descenso era la Gran Fosa de Deir El Medina, en la región de Ma’at, en el lóbulo superior del cometa, elegido porque en sus paredes parece haber restos de los materiales con los que se formó el Sistema Solar.
El evento celebrado en ESAC para seguir el final de la misión puso de manifiesto la importancia que han tenido las operaciones científicas y el diseño de trayectorias y órbitas de Rosetta. Las complicadas condiciones del entorno de 67P/Churyumov-Gerasimenko, especialmente conforme su órbita pasaba por el perihelio, por el incremento de actividad de los jets de gas y polvo lanzados desde su superficie, obligaba a corregir constantemente la órbita del satélite. Rosario Lorente, de la interfaz científica de las operaciones, la comparaba con “una especie de spaghetti sin fin que ha trazado a lo largo de los dos años que ha acompañado el cometa”. Cada vez que Rosetta sobrevolaba la zona iluminada del núcleo, se veía sometida a un intenso entorno de gas y polvo que convertían la navegación en una actividad muy peligrosa, pero esa zona iluminada era la preferida por los científicos.
Del mismo modo, los sobrevuelos más cercanos presentaban muchos riesgos pero, en palabras de Lorente, “son muy espectaculares. Al pasar a diferentes ángulos por encima de la superficie, Rosetta la captaba con diferentes iluminaciones”, lo que permitía obtener nuevos datos para caracterizar su composición.
El diseño de las operaciones científicas, como en cualquier otra misión, se preparaba con meses de antelación, y se hacía teniendo en cuenta los requisitos científicos y las restricciones impuestas por la necesidad de que la antena no perdiera la conexión con la Tierra, y que los paneles solares se mantuviera orientados en dirección a la estrella.
Como explicó Julia Marín-Yaseli de la Parra, ingeniera de operaciones y planificación de Rosetta, “lo primero es diseñar el apuntamiento óptimo para determinadas observaciones en órbitas concretas. Dependen de los instrumentos que vayan a operar”. Cuatro de sus once instrumentos tenían sus propios requisitos de apuntado, y los otros siete tenían que adaptarse a dichos requisitos.
Lo más destacado de Rosetta han sido, por supuesto, los datos científicos que esos once instrumentos, más los de Philae, han obtenido en los más de 680 días que la sonda ha estado acompañando al cometa en su aproximación y posterior alejamiento del Sol. En ese aspecto, y como comentó Rafael Rodrigo, científico del Centro de Astrobiología de los instrumentos OSIRIS y GIADA, la posibilidad de estudiar la diferenciación de la superficie provocada por la actividad del perihelio era uno de los aspectos más interesantes de la misión. La cámara OSIRIS detectó esta diferenciación en, por ejemplo, derrumbes en los acantilados de la región Seth, o en los distintos rasgos superficiales detectados en Imhotep. En las fracturas de esos acantilados se han detectado las principales zonas activas, y también se ha descubierto que los jets de material se producen más como estallidos, lo que representaba también momentos de riesgo para el satélite.
Danny Lennon, jefe de división de misiones en Operaciones de la ESA, abrió el evento agradeciendo a todos los científicos de Rosetta su trabajo de dos décadas en ella, con doce años pasados en el espacio, y resumió la misión señalando que “la respuesta del público ha superado todas nuestras expectativas”. El momento en el que se confirmó el impacto del satélite en la superficie de 67P/Churyumov-Gerasimenko acabó siendo muy emocionante para todos los implicados en la misión, que Lennon describió como de “gran impacto científico”. Los datos de Rosetta servirán para que los científicos puedan conocer mejor cómo eran las condiciones del Sistema Solar en los primeros momentos de su formación.