Nuestro vecino de al lado
Si el espacio fuera un océano, la Luna sería la isla más cercana. Una isla que recibió los últimos visitantes humanos en diciembre de 1972, cuando la última misión Apolo volvió a casa.
No obstante, una nueva aventura lunar asoma en el horizonte de la exploración espacial europea. La ESA se está preparando con sus socios internacionales para volver a viajar a nuestro satélite natural. Tras más de cuatro décadas, la Luna vuelve a estar en el punto de mira de las agencias espaciales de todo el mundo como destino tanto para misiones robóticas como tripuladas.
Alejándose de las misiones orbitales puntuales, ambiciosos proyectos prevén la exploración de las regiones polares por parte de humanos, mano a mano con robots, en un esfuerzo de cooperación internacional con participación comercial.
Este regreso a la Luna comprenderá una serie de misiones humanas a partir de principios de la década de 2020 en las que los astronautas interactuarán en órbita con robots en superficie. Estos robots serán los primeros en alunizar para allanar el camino a los exploradores humanos.
Róveres lunares, robots teleoperados y sistemas híbridos de superficie son algunos de los innovadores conceptos que se están desarrollando para dar soporte a estas misiones iniciales.
Se trata de una visión verdaderamente internacional. Agencias espaciales, el sector privado y la industria trabajan juntos en pos de una exploración lunar en común.
Europa dispondrá de su primer acceso a la superficie lunar en 2020, al suministrar un sistema de aterrizaje de precisión y evasión de peligros para la misión rusa Luna 27, que se posará cerca del polo sur. También está desarrollando un taladro de recogida de muestras y un sistema de comunicaciones.
Gracias al éxito de la colaboración en la Estación Espacial Internacional, la comunidad internacional ve la Luna como un trampolín desde el cual continuar la exploración humana del Sistema Solar, cuyo próximo objetivo sería Marte.
Uno de los motivos de este renovado interés por la Luna es la búsqueda de recursos en el satélite natural. Científicos e ingenieros van a la zaga sobre todo de componentes volátiles helados, incluido hielo de agua, que se sabe que están ocultos en la oscuridad permanente de los polos lunares.
Como recurso, el agua lunar podría reducir sustancialmente el coste de vida de los exploradores lunares; sin ella, las provisiones deberían enviarse desde la Tierra, con el enorme coste que eso conllevaría. También posibilitaría el establecimiento de factorías de combustible lunar. Las rocas lunares presentan gran cantidad de oxígeno, pero poco o nada de hidrógeno. Hasta el más mínimo suministro de agua podría garantizar una fuente in situ de carburante para cohetes.
Sin embargo, su distribución en las distintas regiones aún no está clara. Comprender dónde se encuentra es importante para desarrollar una estrategia sostenible a largo plazo.
Una “nueva Luna” nos espera: ante nosotros se extenderán los paisajes extremos y desconocidos del polo sur, y las tierras altas de su cara lejana.
En estas zonas inexploradas, a más de 384.000 km de nosotros, podrían permanecer preservadas claves que revelarían cómo comenzó la vida en la Tierra hace más de 3.000 millones de años.
Además, un radiotelescopio construido en el lado oculto quedaría protegido de las emisiones de radio procedentes de la Tierra, por lo que obtendría imágenes más claras y nos permitiría adentrarnos aún más en los confines del Universo.