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Iqaluit, Canadá - continuado
 
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Pauloosie Kilabuk
Pauloosie Kilabuk
La fría vida en el Norte
 
Aunque los inuit viven en un ambiente sumamente frío, están muy preocupados por el calentamiento global. De hecho, el aumento de las temperaturas ya ha empezado a alterar su cultura milenaria. JP Explorer visitó a un inuit en su cabaña de caza, en las soledades del norte de Canadá.

Texto de Lars From y Klaus Dohm
Fotografías de Niels Hougaard
Iqaluit, Canadá
Copyright 2004, Morgenavisen Jyllands-Posten

El termómetro marca 27 grados bajo cero pero la sensación térmica provocada por el viento es de 33 grados bajo cero. Durante la noche el viento sopla con una fuerza aún mayor. Entonces la temperatura se sitúa en torno a los 38 grados bajo cero, aunque puede incluso descender por debajo de los 40º bajo cero.

Uno podría suponer que el inuit Pauloosie Kilabuk, de 59 años de edad, preferiría un poco más de calor. Sin embargo, no es así. En realidad, lo que preocupa a Pauloosie Kilabuk, al igual que a miles de otros inuit, es el futuro, y en especial cómo evolucionará el mundo que compartimos.

Desde finales de la década de 1980 percibe que el clima se hace más caluroso, que el hielo es más delgado y que la caza sobre el hielo marino es cada vez más peligrosa; la población de renos se reduce y la temporada del oso polar se está acortando.

Es un hombre pequeño que viste gruesos pantalones de piel de oso polar y botas de piel de perro, todo ello de confección manual. No cree que haga frío en el norte de Canadá, aunque con frecuencia permanece en su humilde cabaña hecha a mano y perdida en la inmensidad helada. Le gustaría que el resto del mundo mostrara un poco más de respeto por la Tierra; desearía que los seres humanos dejaran de enviar a la atmósfera los gases de efecto invernadero que despiden sus grandes coches de lujo, el aire acondicionado y las chimeneas de las centrales de energía. Los gases de efecto invernadero están contribuyendo al calentamiento global, en especial en el Ártico, donde la temperatura ya ha ascendido unos tres grados en los últimos 20 o 30 años.

Cuando Pauloosie Kilabuk nació, el 28 de noviembre de 1944, el mundo era muy distinto.

En aquella época, la cultura de la caza se había mantenido prácticamente intacta y al margen del desarrollo del resto del mundo. El joven inuit nació en el seno de una sociedad cazadora aislada, establecida a unos 75 kilómetros de Iqaluit. Había siete niños en su familia. Su padre era cazador de focas y otros animales. Su madre se encargaba del hogar y de los niños; cocinaba y zurcía ropa confeccionada con pieles de oso polar, lobo, reno, foca y otros animales salvajes. Era una vida dura y tenía un precio elevado: una de sus hermanas enfermó y murió porque no había médico cerca. Posteriormente, uno de sus hermanos desapareció sin dejar rastro cuando navegaba en canoa. Otros dos hermanos de Pauloosie Kilabuk también murieron trágicamente, ya que se suicidaron.

Actualmente, el suicidio es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la comunidad inuit. La tasa de suicidio de los inuit es de las más elevadas de toda Norteamérica. Junto con el consumo de alcohol y de drogas, el suicidio es un problema de mayores dimensiones para los inuit que para los indígenas norteamericanos, que también tienen dificultades para controlar la transición de su cultura original a la denominada civilización moderna.

En 1955 la familia Kilabuk se mudó a la ciudad de Iqaluit. “Dijeron que lo hacían para que pudiéramos ir al colegio y tener un buen trabajo cuando nos hiciéramos mayores”, explica Pauloosie Kilabuk.

El colegio no ocupó mucho tiempo. Pauloosie Kilabuk consideró que era mucho más interesante ir de caza. Abandonó los estudios, al igual que muchos otros jóvenes, sin haber aprendido gran cosa. Este sigue siendo un problema en Iqaluit, donde muchos siguen dejando el colegio.

En la ciudad, su padre pasó de ser cazador a "lavaplatos" y conductor para el ejército estadounidense.

Sin embargo, en el invierno de 1961 a 1962 sucedió algo que transformó a la cultura inuit. ¡Llegó a ese pueblo del Ártico la primera motonieve!

En esos tiempos, Pauloosie Kilabuk era un joven con muchas ganas de vivir. En especial, de vivir como cazador.

“Era joven y quería pasarlo bien. Por eso, me fui de caza en la motonieve en cuanto tuve oportunidad. Seguí haciéndolo incluso cuando ya había conseguido mi primer trabajo en la central de energía local, y después, cuando me contrató el servicio de salud y la administración de la fauna”, nos cuenta Pauloosie Kilabuk, al tiempo que nos muestra la humilde cabaña construida por él mismo.
 
 
Inuit hut
Cabaña Inuit
En el interior de la cabaña, a una hora en motonieve de Iqaluit, la temperatura aumenta con rapidez. Los 33 grados bajo cero del exterior se convierten en una temperatura más propia de una sauna, de 30 a 35 grados, con la ayuda de una pequeña hornilla de queroseno y del fuego de leña que arde en mitad de la estancia. Actualmente, la motonieve es casi indispensable para los inuit en Iqaluit y en el resto de Nunavut, en el norte de Canadá.

Casi todas las viviendas tienen al menos una motonieve aparcada en el exterior, y muchas veces varias, con un par de ellas desvencijadas que les sirven para extraer repuestos. A diferencia de Groenlandia, donde el trineo sigue siendo el medio de transporte preferido para las grandes distancias, aquí la motonieve ha copado casi en exclusividad dicha función.

Cuando Pauloosie era joven, tuvo cierto invierno un trineo tirado por perros. Pero al ver que los perros se asustaban, decidió abandonarlos en una isla desierta y no volvió a verlos. Si murieron o aprendieron a sobrevivir por sí solos, es algo que no inquieta a Pauloosie Kilabuk. Cree que la naturaleza se encarga de resolver esos problemas, mientras que él intenta vivir de acuerdo con las leyes de la naturaleza siempre que sea posible. Actualmente, casi ninguno de los inuit de la zona posee trineos tirados por perros. Son vehículos a los que han sustituido por completo los ruidosos y veloces monstruos denominados "skidoo" por la gente local.

Al igual que la mayoría de los jóvenes, Pauloosie Kilabuk se casó y tuvo hijos: siete propios y dos adoptados. Los inuit poseen una tradición especial respecto a la adopción de sus hijos. Todas las familias tienen hijos adoptivos. En algunos casos, la razón es que los padres carecen de la posibilidad de cuidar de sus propios hijos, a causa de problemas sociales, falta de medios económicos, o porque viven demasiado alejados del colegio. Los niños y los jóvenes son el mayor problema para la supervivencia de la cultura inuit.

“Mis nietos no conocen nuestro propio idioma, el inuttitut, prefieren hablar en inglés. Mis hijos sí hablan y leen nuestro idioma. Sin embargo, no creo que podamos seguir viviendo como en el pasado. Ya no tenemos trineos con perros, y la gente ya no quiere vestir nuestra ropa tradicional confeccionada con la piel de los animales que cazamos. Muchos ya no saben construir un iglú”, sigue diciendo Pauloosie Kilabuk. No sabe a ciencia cierta si es bueno o malo que las cosas hayan cambiado.

En todo caso, le preocupa que muchos jóvenes inuit no tengan idea de cómo vive un verdadero inuit. En clase los profesores intentan enseñar a los alumnos la caza tradicional, la construcción de iglús y demás, pero cada vez son más los jóvenes que no desean vivir en la naturaleza.

Los inuit son reconocidos por haber tenido históricamente una gran capacidad de adaptación. Se cree que el cambio climático los obligó a emigrar lentamente desde Siberia hasta Norteamérica a través del Estrecho de Bering, hace unos 18.000 años. Cuando los animales emigraron al este, los inuit marcharon con ellos.

Por lo tanto, la caza es el fundamento de toda su cultura. Pauloosie Kilabuk ha conservado la labor de cazador a lo largo de su vida, mayormente en su tiempo libre. En toda su existencia ha abatido cinco osos polares y cinco lobos.

“Podría haber cazado más osos polares, pero cuando tuve ocasión de disparar al sexto decidí dejárselo a mi hijo, que entonces tenía diez años. Le pasé el rifle y con él consiguió cobrarse su primer oso polar. Para nosotros es muy importante cazar animales salvajes y alimentarnos de su carne. Se me encogerían las venas si dejara de comer carne de animales salvajes”, afirma Pauloosie Kilabuk mientras coge un gran trozo de pescado crudo.

Los cazadores pueden obtener hasta 7.000 euros por una buena piel de oso polar, en tanto que la piel de lobo tiene un valor aproximado de 3.000 euros.

A los 6.000 habitantes de Iqaluit se les concede permiso para abatir 18 osos polares por año, pero pueden cazar tantos lobos como deseen. Tampoco existen limitaciones para la caza del reno. Además, si los cazadores tienen suerte, pueden capturar morsas y ballenas blancas.

“Nos gustaría cazar osos polares pequeños, porque su carne es mejor y tienen más grasa en el cuerpo. Sin embargo, los cazadores deportivos prefieren a los grandes osos de 3 o 4 metros”, comenta Pauloosie Kilabuk.

Su pequeña cabaña se encuentra a buena distancia del fiordo, en un terreno de su propiedad. No le representa coste alguno. Si hubiera elegido una parcela de tierra perteneciente al Gobierno inuit local, habría tenido que pagar impuestos.

En las afueras, en un entorno castigado por el clima, los inuit viven en armonía con la naturaleza; esto contrasta con la vida en la ciudad, donde la luz eléctrica y el calor de las estufas proviene de la central de energía, y donde cada familia posee varios automóviles.

No obstante, en los páramos existen fuertes vínculos con el mundo moderno: en el exterior de la cabaña se ven varios barriles de queroseno vacíos. Durante el invierno, sólo se puede llegar a este lugar en motonieve. Ninguno de los habitantes de Iqaluit esquía. Durante el verano, después de la ruptura del hielo en julio, los botes son el medio de transporte preferido. El hombrecillo de 59 años de edad, con un cuerpo bien entrenado y ni un gramo de grasa de más, pasa mucho tiempo en campo abierto junto con su esposa, mayormente en el verano, habitando una tienda “porque dentro de la cabaña hace mucho calor”, según dice Pauloosie Kilabuk.

“La dirección del viento también ha variado. Antes soplaba mayormente del norte, pero ahora se ha desplazado al noreste. Este es un factor que contribuye a la tardía formación de hielo en el fiordo y a la ruptura prematura de la capa de hielo. En general, el hielo se ha vuelto mucho más delgado y ha provocado mayor número de accidentes a los cazadores. Al mismo tiempo, también ha modificado la temporada del oso polar, ya que los osos ahora tienen más dificultades para la caza”.

Aunque los científicos afirman que el oriente del Canadá no es la zona del Ártico que se verá más afectada por el calentamiento global, el límite del mar abierto cada año se acerca más a Iqaluit. Allí, en el borde del mar abierto, se siente mucho frío. No es normal ver mar abierto a mediados del invierno en estas latitudes. Una vez más, los inuit hablan de otra consecuencia para ellos del calentamiento global.

A finales de marzo, la temperatura en el exterior de la pequeña y primitiva cabaña suele rondar los 30 grados bajo cero. Esto es mejor para los verdaderos inuit, ¡ya que el verano pasado el termómetro llegó a marcar 30 grados sobre cero!
 
 

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